Lorena Flores Agüero's video: Ejercicio 3: Paisaje sonoro

Curso: Metodologías en Investigación Visual, Material y Sonora Maestría: Antropología Visual - PUCP ----------------------------------- Al hacer este ejercicio pude percibir sonidos que normalmente no los hubiera notado debido a la rutina mecánica con que hago estas actividades: Manejar, abrir y cerrar la puerta, el portón, saludar a mis mascotas. Incluso el solo hecho de limitarme a no saludarlas para evitar que salga mi voz en el audio, me llevó a tomar consciencia de lo que normalmente hacía y hago en cada movimiento, así como lo que pasa a mi alrededor. Por ejemplo, no me había percatado del viento tan fuerte que corría. Para mí era “normal” sentirlo siempre. Las llaves golpeando el tablero y el chirrido del portón son sonidos que tomaba tan por sentado que ya no los notaba o los mantenía en un segundo plano. Decidí grabar desde mi carro porque siempre me sorprendió cómo el mecánico sabía exactamente lo que le pasaba al automóvil gracias a que escuchaba atento a la máquina. La última vez que lo vi, acercó su oído, por un buen rato, al motor y me dijo que debía repararlo. En efecto, debía, debo. Es impresionante cómo tienen el oído entrenado para, en medio de una avenida, determinar qué le pasa a un aparato tan complicado. De hecho, prohibirme de un registro visual hace que se agudice el oído para comprender y rescatar lo que está pasando, además de crear imágenes mentales que completen la figura imaginada y así completar el rompecabezas auditivo. ----------------------------------- Hyundai Accent de 1995. Necesita cambio de palieres, nuevos amortiguadores y reparación del motor. Tiene poca potencia, lo que hace difícil las subidas, en especial la que hago todos los días de la Costa Verde al Malecón de Chorrillos. El mecánico puede decirme todo esto con tan solo oír por unos segundos el motor de mi carro. Grave, ahogado, difícil. Los baches de la pista duelen más porque la llanta trasera de la izquierda está pinchada. No la cambio porque está muy caro. Según mi papá, tendría que cambiar dos llantas para que se desgasten parejas. Esperaré a que me den la grati. Mientras, tropiezo en cada pista maltratada. El carro tiene poco aceite y es por eso que suena más grave que lo usual. Fuerzo un poco los cambios de la palanca mecánica y el llavero de la llave que enciende el coche, golpea el tablero de fibra de vidrio. Es tarde, hay pocos carros pero me apuro en llegar a casa para ver a mis enanos. Paro frente a mi casa para abrir el portón. Entro primero por la puerta lateral y procedo a abrir el cerrojo viejo. El portón es de fierro con placas de madera. Antiguo. Hace poco lo pintamos pero aún chirría cuando saco o meto el auto. No es automático, por eso tengo que salir del carro para abrir y cerrar las puertas. Se oye el viento que viene de las playas chorrillanas. El malecón está a una cuadra y corre bastante aire. Vuelvo a prender el carro, casi ahogado, para ingresar a mi patio/estacionamiento. El vehículo pasa por los adoquines de cemento sobre el jardín del patio, el cual es largo y al aire libre. Batallo, una vez más, con el viento y la oscuridad de la noche para cerrar el portón y entrar a mi casa. Busco las llaves que corresponden al cerrojo principal y a la barra de seguridad (cantol). Al otro lado, se oyen rascar las patitas de Benny, mi pekinés. Abro. Benny no me ladra. Él solo ladra a los extraños que pasan cerca al portón o cuando otro perro suena a lo lejos. Él se engríe conmigo, me olfatea y “llora” pero no llora. A lo lejos, Catty, mi gata, maulla a modo de saludo. Benny se soba en mi pantalón y siente mi mano recorrer su espalda, cabeza y orejas. Normalmente le digo cosas como “¿Cómo está mi bebé? ¿Me extraño el bebito hermoso? ¿Qué hiciste todo el día?”. Esta vez no lo hice, para efectos del ejercicio. Él “llora” un poquito. Catty, mi gata, se fue corriendo a su plato de comida y me espera a que yo vaya a saludarla y la alimente, como todas las noches. Camino hacia la cocina y la encuentro. Benny me sigue. Llego hasta donde está ella y la acaricio. Su ronroneo me relaja luego de un día agotador. Es bueno estar en casa.